Entramos a la estancia Leleque, hoy propiedad de los
Benetton, cuenta con vías férreas
propias para sacar la lana del lugar y poder exportar.
El viento es tan fuerte que no puedo salir por mi puerta
porque tememos que la
arranque, José tuvo que bajar a revisar los neumáticos y
una ráfaga arrachada lo hizo
trastabillar que casi lo tira. Parecía un dibujito
animado queriendo agarrarse de los vidrios con
cara de no entender que es lo que estaba pasando.
Los yuyos, pequeños peluditos se despeinan acostando toda
su lacia melena contra el
suelo.
Vamos a Esquel, faltan aún 54 km y el viento no afloja.
Llegamos por la noche a Esquel y fuimos a la famosa
estación de La Trochita.
Dormimos en la estación de servicio de la entrada y por la
mañana después de una
buena ducha vamos hacia La Hoya donde Pincén finalmente
conocerá, tocará y jugará
con la blanda nieve, durante todo el viaje le vine
prometiendo que la tocaría y espero que así sea.
Hasta ahora la hemos visto muy lejos, en la
cima de las montañas, pero
dicen que en la Hoya, cancha de esquí, tiene que haber.
Sí, hay nieve, está lejos, pero escalando pudo llegar y
hasta nos trajo de regalo un gran
bloque de hielo.
Hace mucho frío, pero lo esperamos, está tan contento
escalando que aunque le lleve todo el día estamos dispuestos a que
toque la nieve.
Las pistas comienzan a descongelarse, la silenciosa aerosilla se mese
con el viento,
el complejo descansa del trajín del invierno, todo para
nosotros solos, no se ve nadie.
Después de varias horas se acerca el cuidador del complejo
que dice nos ha estado observando por la ventana, ni nos habíamos percatado,
ofrece si precisamos algo, pero como estamos tan bien equipados le agradecemos y el lugar
ya perdió un poco el encanto al tener que compartirlo, Pin tocó la nieve y sus
manos están rojas del frío.
Unos buenos mates lo calientan y podemos seguir