Cerca de cumplirse 45 años de la poco conocida tragedia de la cébila.
Hoy ruta nacional 60 compartida entre La Rioja y catamarca.
En esta oportunidad la transitamos sentido Aimogasta la Rioja a Chumbicha Catamarca, qué para nosotros es la mejor forma de transitarla porque tiene más bajada que trepada.
Juan Francisco Luna, oriundo de Ovanta, desde muy pequeño colaboraba con su padre en el manejo de la chata donde vendían verduras, después trabajo en la máquina topadora para construir un dique en la década del ‘70 se trasladó a la Capital y comenzó a trabajar como chofer de los Colectivos Leilans, que eran de la provincia y unían Catamarca y Santiago del Estero, que posteriormente pasaron a la “Cooperativa de Transporte Catamarca”.
A principios del año 80 empezó a trabajar como chofer de la vieja empresa Bosio, donde le tocó vivir la magra vivencia de la “Catástrofe de la Cébila”.
El chofer Luna, conocido afectivamente como “Pancho”, con mucha nostalgia cuenta que el 3 de diciembre de 1987 había partido de la Terminal de Ómnibus de Catamarca Capital, a las 20 hs con destino a Andalgalá, acompañado por el guarda José A. Rearte.
En su recorrido, en Miraflores comenzó a lloviznar y al llegar a Chumbicha a las 21:15 hs se observaba refusilar a lo lejos. Recuerda que allí subió un pasajero y continuó su viaje.
Al ingresar a La Cébila soplaba un fuerte viento y caían piedras en lo seco, pero no había vestigios de una tormenta como la que se desató. Casi en la mitad de la Quebrada percibió un “olor feo”, lo que le trajo un mal presagio, por lo cual le sugirió a los pasajeros volver por la ruta de El Cebollar, lo que significaba una hora más de viaje, pero nadie aceptó. Continuando su periplo un poco más distante del kilómetro 1.130 se topó con un árbol atravesado en la ruta, que impedía el paso y volvió a insistir en volverse con la negativa de los pasajeros.
Ante esta realidad detuvo el colectivo pegado al cerro y se bajó del mismo acompañado por el guarda Reartes, Adolfo Sotomayor, Luis Rasgido, Andrada y Carlos Giménez, todos sobrevivientes.
En su relato, “Pancho” cuenta que le pedía a la gente que se subiera al cerro, ya que pensaba enganchar con unas cadenas el árbol y tirarlo con el colectivo, pero no quisieron y todos permanecieron inmutables en sus asientos.
De pronto, ante la furia imparable de la naturaleza, escuchó un golpe seco y al mirar hacia donde estaba el árbol, observó como una ola de 20 metros de altura de agua y barro, arrasaba todo lo que encontraba en su recorrido. Continuando su relato, dice que lo primero que hizo fue tomar entre sus brazos a un nene de apellido Nieva, de El Pajonal, a quien se lo había encargado el padre que lo llevara. En esos momentos, una rama que venía con fuerte violencia le arrancó la criatura y lo llevó la corriente, “a mí me llevó varios metros, con toda suerte Reartes me tomó de uno de los brazos y me ayudó a subir la lomada, de repente quedé solo”.
Al mirar hacia el colectivo vio que la correntada, al llevarlo, lo hizo dar con la cola en el cerro, sin reventarse el parabrisas. Hasta entonces algo se podía ver y se dio cuenta que estaba lleno de sangre y de barro, creyó que podía mermar la creciente y con los nervios, cuando intentó entrar al ómnibus, se vino otra impresionante correntada que reventó el parabrisas, dio vuelta al colectivo y lo llevó. Aunque fueron unos minutos, le pareció una eternidad. Cuando se calmó la corriente, caminó con ropa interior ya que la correntada le había arrancado la ropa, mientras lo arrastraba. Al observar el colectivo, se acercó hacia él y con un amargo recuerdo relata que encontró a los 24 pasajeros muertos; parecían “pescaditos en medio del barro”.
Después de este verdadero sueño, al día siguiente al despertar se encontró en un sanatorio de esta Capital, tirado sobre una lona, rodeado de cadáveres. Como pensaron que estaba muerto, a su lado había un cajón. “Tatita Dios no me vía llevao” -así lo dijo- esbozando una leve sonrisa de esperanza y agradecimiento al Creador.
Este chofer que lleva un peso en su mente, pero su conciencia tranquila, antes de partir preguntó varias veces si La Cébila estaba transitable y le expresaron que estaba bien y que recién después de la Fiesta de la Virgen se la iba a clausurar.
Después del accidente, “Pancho” estuvo tres meses sin conducir un colectivo. Cuando volvió y tuvo que transitar La Cébila, comenzó a llorar y sintió miedo al volver a su mente el recuerdo del pasado.
Este dramático hecho dejó graves secuelas en la vida de Luna: tuvo una parálisis en el lado derecho de la cara, como consecuencia de los golpes que recibió en su cabeza.
En épocas de lluvia, al sentir caer las gotas, sufre sensaciones de pánico al recordar el golpe de gotas y piedras en el techo del colectivo.
El tiempo ha pasado y como agradecimiento a nuestra Virgen Morena, todos los 3 de diciembre se va caminando desde su casa a la Gruta “para agradecer a la Santísima Virgen”.
Terminando su relato, muy emocionado y a punto de quebrarse, “Pancho” miró al cielo y le dio gracias a Dios por haberle permitido seguir viviendo y poder contar esta triste historia de un negro anochecer de un 3 de diciembre de 1987.