Hay violines
del diablo y violines del cielo. Hay violines de musicantes gitanos y violines
cuya música surge por ensalmo, se cuelga del aire, y desaparece sin darse a
conocer, este parece ser el caso de Becho.
Nacido en Lascano, Carlos Julio Eizmendi el "Becho", violinista que inspirara
la famosa canción de Don Alfredo. La mayoría de la gente cree que Becho es un
personaje de ficción inventado por Zitarrosa. Pero existió en realidad, nació
el 7 de febrero de 1932, No se sabe el porque de su apodo “Becho”. Posiblemente
por la mamá que era una mujer muy amorosa, por lo que el sobrenombre podría
venir de ‘beso’.
Sus padres Don Ángel, peluquero y doña Chicha, Herlinda
Lovisetto, su madre, fundadora y directora del Liceo de Lascano, votante
del Partido Colorado y de
orientación Batllista durante toda su vida, fue destituida de su
cargo por la dictadura civico- militar uruguaya simplemente por ser la madre de quien había inspirado
a un artista prohibido y declarado "persona peligrosa".
Desde pequeño sus padres
observaron una gran pasión en él por la música, cuando le ponían música clásica
permanecía horas en absoluto silencio y contemplación y por la noche con solo
tres años se acostaba a dormir , no sin antes tararear completamente las melodías
escuchadas.
A los cinco años fue inscrito en la Escuela de
Lascano en segundo año, ya que en su hogar fue asimilando naturalmente el
programa de primero.
Inició sus estudios
musicales a los ocho años con el maestro Camilo Boronat, director de la Banda
de Música de Lascano y tiempo después, comenzó a ejecutar el saxo en esa
agrupación musical. Fue alumno fundador del liceo de Lascano. Simultáneamente
viajaba a Treinta y tres para seguir sus estudios
de violin. Una vez terminados sus estudios preparatorios, pasó a residir en Montevideo,
ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de la Republica y
prosiguió sus estudios musicales con diferentes profesores.
Recién
llegado a Montevideo comenzó a trillar la noche de los cafés y clubes donde la
música acompañaba a los parroquianos sin sueño. Su delgada silueta se hizo
popular por la zona de la Plaza Cagancha. Bajaba la escalerita de Cuareim casi
18 y en Teluria sonaba su violín la mayoría de las veces sin cobrar pero feliz
porque lo rodeaban sus íntimos amigos. Tocaba valses y una versión antológica
de la Cumparsita, de Mattos Rodríguez sobre quien decía con orgullo que
«también le decían Becho». Los habitués del Bar de la Onda muy pronto
conocieron a ese muchacho que mientras afuera amanecía entraba con su estuche
de violín atado con una piola para que no se abriera. Pedía un enorme café con
leche y aguardaba a que llegara alguno de sus amigos para conversar muy bajito.
También visitaba El Sorocabana de Cagancha, acompañado del pianista salteño
Lamarque Pons que fue su compañero para tocar en aquellos bastiones de la noche
montevideana. A su mesa llegaba un muchacho peinado con gomina, de profesión
locutor en El Espectador y cantor por vocación, llamado Alfredo Zitarrosa, que
se hizo íntimo de Becho
A los 17 años realizó su
primer concierto en el teatro "25 de Mayo" de Rocha y a los 21 años
ingresó por concurso a la Orquesta Sinfónica del SODRE en noviembre del año 1953 y un año más tarde
pasó a ser uno de los primeros violinistas de la sinfónica dando
conciertos en todo el país.
Entre
sus compañeros muy pronto se hizo famoso por su talento con el violín. Vivió
muchos años en la Ciudad Vieja en las más pintorescas pensiones y hoteles
económicos. Amaba esa zona de Montevideo y cuando durante largo tiempo estuvo
en una pequeña pensión de Reconquista casi Ciudadela, fue asiduo visitante de
los sábados de «Fun Fun» a los fondos del viejo Mercado. Unos guitarristas que
acompañaban a los ocasionales cantores le pedían a Becho que se uniera con su
violín. Y el muchacho, aunque ya era una figura en el Sodre, no ponía reparo y
tocaban temas para el recuerdo
Luego de permanecer 18
años en el SODRE, viajó al exterior dando innumerables conciertos en La Habana, Paris Hamburgo y Munich.
De regreso a Uruguay, volvió al SODRE y tiempo
después viajó nuevamente a Europa, integrando por invitación la Orquesta Filarmónica
de Munich.
En oportunidad de su
tercer viaje a Europa, acompañado por su esposa, la oboista uruguaya
Ana Corti, recorrió numerosos países y actuó en la Orquesta Filarmónica de la
Ópera en el Teatro del Liceo de Barcelona España
Su vida transcurre por
Lascano, Barra del Chuy, Rocha y Montevideo. Desde fines de los años treinta ya
veraneaba por la Barra, en la bajada 3 hay una plaquita en una casa que se
recuerda de sus andanzas. Con un
grupo de amigos del balneario comienzan a dar serenatas a las muchachas, aunque
en realidad esas serenatas las ofrecían también para la gente del lugar, a
manera de mini conciertos callejeros.
Eizmendi es sin dudas un músico de enorme talento
y muy bohemio. Era muy pintoresco, porque no le gustaba tocar en serio. Eso se
lo reservaba para las orquestas, pero con sus amigos y la gente del pueblo,
aprovechaba para divertirse, para tocar el violín pero también para jugar con
él. En la casa de Zitarrosa, Becho estaba ensayando con Alfredo, y vio que
el arco del violín proyectaba una sombra en el suelo, y que San Pedro el gato
de Zitarrosa intentaba atraparla. Eso dio como resultado una grabación
fantástica, donde Becho toca el violín pero a la vez juega con el gato, ese
tipo de juegos eran muy comunes en Becho, "había quien decía que él hacía
hablar al violín”.
Solía en el Chuy ir al boliche de un tal Nicomedes
Gómez, se escondía detrás de una columna y le daba las buenas noches, pero
usando el violín, y el bolichero se desesperaba buscando, sin saber si la voz
que le había hablado pertenecía a una persona o a un loro".
Una vez se presentó a un concurso para una plaza en la Filarmónica de Munich, y entre doscientos aspirantes lo eligieron a él. Su talento fue reconocido también en Latinoamérica. Fidel Castro llevo a Cuba los mejores médicos, los mejores maestros y los mejores músicos y entre ellos convocó a Becho donde terminó como director de música, dirigió también en Venezuela donde fue profesor de conservatorio e integró la Sinfónica de Maracaibo y en Bolivia.
Llega de Europa y vuelve a ocupar su puesto de
violinista en la Orquesta del Sodre. Su vida personal se desarrolla viviendo
entre Rocha y su querida Ciudad Vieja donde reside en una antiquísima casona
que continuamente es visitada por sus amistades. La mayoría son artistas muy
jóvenes como Zitarrosa que retoma su amistad que había nacido años atrás en el
Sorocabana en la Plaza Cagancha. También se lo ve muy seguido en el Bar Castro,
de Mercedes y Andes, frente al Estudio Auditorio del Sodre, acompañado del
maestro Hugo Balzo.
Algunas anécdotas
que lo pintan de cuerpo entero.
En Montevideo
una vez trajo su carpeta de partituras vacía pues las olvidó en la pensión y
ante el asombro del director tocó de memoria en un importante ensayo en
presencia del ministro de Cultura de la época.
En Rocha, daba
clases de música y así como jugaba con la música, también le daba una gran
importancia a su trabajo como como
profesor. En una ocasión tenía que viajar desde Montevideo a Rocha para dar una
clase en el conservatorio de la ciudad, pero perdió el ómnibus. Entonces, para
llegar en hora, decidió tomar un taxi, lo que le insumió todo su sueldo de ese
mes, aquí vemos como puede ser totalmente serio en ciertas circunstancias y
jugar con la música y hacer hablar el violín bromeando en otras ocaciones.
Algunos
reconocimientos
Rodolfo Picca,
un lascanense radicado en La Paz, diseñó y consiguió esculpir una placa de
mármol de 1,80 de altura y 100 kilos de peso, que fué colocada en una plaza de
Lascano, en las inmediaciones del Liceo local, adonde concurrió
"Becho" e inaugurado por su madre y él fuera alumno fundador. Una
sala del conservatorio de música de Rocha, donde Becho fue profesor lleva su
nombre. A su vez, la Intendencia prometió hacer una exposición con los
programas de los conciertos que Becho dio en el teatro 25 de Mayo de Rocha,
donde debutó como concertista a los 17 años. La calle Dr. Corbo y la
continuación de ésta desde la calle Padre Montaldo hasta el Liceo se llamaría
Carlos Julio Eizmendi .
Fue "un lascanense universal"
Becho toca el violín en la orquesta
Cara de chiquilín sin maestra
Y la orquesta no sirve no tiene
Más que un solo violín que le duele
Porque a Becho le duelen violines
Que son como su amor chiquilines
Becho quiere un violín que sea hombre
Que al dolor y al amor no los nombre
Becho tiene un violín que no ama
Pero siente que el violín lo llama
Por las noches como arrepentido
Vuelve a amar ese triste sonido
Mariposa marrón de madera
Niño violín que se desespera
Cuando becho lo toca y se calma
Queda el violín sonando en su alma
Porque a Becho le duelen violines
Que son como su amor chiquilines
Becho quiere un violín que sea hombre
Que al dolor y al amor no los nombre
Vida y muerte violín padre y madre
Canta el violín y Becho es el aire
Ya no puede tocar en la orquesta
Porque amar y cantar eso cuesta
Explicación de la letra
Toca tangos “desafinados” por el mero gusto de
improvisar, pero no hay músico que afine más que él; escribe las notas y divide
los compases con solo silbarle la melodía y puede tocar de memoria, como hizo
una noche en el Sodre con funcionario de la cultura presente y todo, cuando se
dio cuenta de que las partituras no estaban en su carpeta, que se las había
olvidado en su casa.
Becho toca con los ojos
cerrados y recuerda a su padre tensando la navaja y aflojando una capa,
repartiendo estrellas de polvo con un cepillo. El chico admira al hombre del
guardapolvo blanco de peluquero y la luna se mete en la milonga improvisada.
Porque a Becho le duelen
violines/ Que son como su amor chiquilines dice
su canción. En otro archivo de la plataforma se puede oír el crepúsculo íntimo
de un nuevo ensayo, cuando surge abruptamente el solo de violín. Hace unas
marchas breves y unos rulos de cuerdas profundos sobre la madera. Pronto
sabremos que lo que Becho está tocando sigue el juego del gato de la casa de
Zitarrosa con una sombra en la pared. “Mirá… mirá cómo juega con la sombra del
arco…” —dice la voz de Becho— y vaya uno a saber qué notas pretenden atrapar
las manos del gato en sus volteretas junto a la sombra.
“Era lógico que se molestara, imagínate, verse expuesto en una obra pública siendo él hombre de gran
sensibilidad, y a través de un tipo que nunca pensó iba a ponerse a escribir
una canción para él”— le cuenta Zitarrosa a Elvio Gandolfo. Es el momento mismo
en que le hizo escuchar a su amigo la grabación de “El Violín de Becho” traída
desde Buenos Aires. Y luego informa por qué la letra dice “… toca un violín que
no ama”. Aquí de nuevo aparece Cortázar, porque Zitarrosa dice que Becho perdió
o tuvo que devolver un violín que le gustaba mucho, de la misma manera que
Johnny Carter pierde su saxo en el Metro de París en “El Perseguidor”, y que
los otros instrumentos que pudo ir reuniendo nunca le agradaron del todo. Becho
está jugando siempre. Jugando y escapando. Tal vez alguien pudiera escribir la
novela de Becho, el profesor, el bohemio, el niño.
Sin embargo, hay violines que ríen. Escondido
detrás de una columna —ni dórica ni jónica, una columna de viejo café
montevideano—con un cuerda y los dedos por arco, Becho imita la voz de un
parroquiano pidiendo caña. El violín pide la caña y el patrón, desconcertado
ante el salón vacío, la sirve lo mismo. La sirve y se persigna, por si fuera un
fantasma.
Suena el teléfono en la casa
de Alfredo a las tres de la mañana. “Estoy en el Jauja, ¿por qué no te venís?”—
le dice Becho. El ruido del Café se está apagando, igual que su vida. Becho se
irá en la mitad de la década del ochenta, lo mismo que el Café
inexplicablemente cerró sus puertas poco tiempo después. Zitarrosa no pudo ir a
verlo esa noche, y me parece que esa ausencia cuenta mucho en las entrelíneas
de la biografía del cantor.
a Becho no lo acompañó casi nadie. Se murió ignorado, y olvidado. No fue jamás un personaje mediático. Era tímido y retraído, pero eso sí, sostuvo con Zitarrosa una de esas amistades que se quedan para siempre y que, a veces, se convierten en leyenda.
la canción escrita por Alfredo en su homenaje a Becho le gustó y le dolió a la vez. Al principio se enojó. No podía creer que su amigo fuera capaz de decir esas cosas. ¿Cómo que no amo a mi violín? ¿Cómo que “por las noches como arrepentido” vuelvo a buscar su triste sonido? Pero parece que al final le gustó.
Sale el tema a la calle, es oído, aclamado y ovacionado, y entonces Becho torna a su motivo de amargura. Se da cuenta de que no solamente nadie sabe que él existe -todos o casi todos creen que Becho es un personaje inventado por Alfredo- sino que creen también que la tonada, la hermosa melodía de la canción es de autoría de este. Y no. Ese fondo de melodía lo tocaba el propio Becho, una y otra vez, cuando convivía con Alfredo en la casa de la calle Paraná, en la Ciudad Vieja. Lo usaba para afinar su violín, y a su amigo se le quedó prendido en la cabeza. Cuando escribe esa letra en honor a Becho, y luego le pone música (¿o fue al revés?) salta la melodía aquella y se instala para siempre en el alma popular. Becho se rindió al hechizo.
En junio de 2005, se
presenta un proyecto para designar a la escuela Nº93 con el nombre de ‘Becho’, llegamos hasta ella buscando la placa
con su nombre, ya que en varias publicaciones periodísticas nacionales dan por
hecho que la escuela ya se llama Becho, en conversación con la actual directora
de la escuela que se desempeña desde el año 17, oriunda de Melo, nos contó que este proyecto permaneció cajoneado hasta que
ella lo encuentra y lo vuelve a elevar y aun hoy, nov 2022 la escuela no tiene
nombre después de haber cumpido 75 años.
Falleció el 21 de mayo
de 1985 en el Hospital de Clínicas de Montevideo a la edad de 53 años y
descansa en Rocha.