sábado, 28 de septiembre de 2019

Tarde de capitanes.

 En nuestra casa camión con Geronimo Saint Martin y el vasco, Jorge Omar Iza

Geronimo aún mantiene el Guines de haber sido el velero más pequeño que llegó al casquete Polar ártico.
Un poco de historia:
Llego a la Ciudad de La Plata, nuestra ciudad , a estudiar medicina.
Y un día partió del yat club Berisso hacia Florianopolis, Brasil en un h20. Solo 6 m de eslora, solo 6 m de largo, y un lugar habitable más pequeño que una carpa pequeña.
El velero se llama "La India"
La solitaria travesía empezó el 10 de febrero de 1991 y duró más de 10 años
El velero sólo llevaba un GPS (ubica posiciones por satélite), un radar, una radio VHF, una brújula, un panel solar para la batería y un car-stereo. Recorrio la costa brasileña, guayana, la isla Martinica, en el Caribe.
Fue en Martinica donde tuvo la ocurrencia de llegar hasta el Artico. Saint Martin (nacido en Mercedes, Buenos Aires) dice que dos imágenes lo empujaron "hasta el techo del mundo": ver un pafin, un extraño pájaro que sólo hay en el Artico, y alcanzar alguna de esas bahías, con casas de madera y colores pastel.
Consiguió sponsors, compró abrigo y salió de la isla Saint-Pierre, en dirección a Islandia.
"Navegué a unas pocas millas de Flamish Cap (el escenario de "Una tormenta perfecta") y por la ruta del Titanic", recuerda. Las temperaturas extremas le pusieron un dedo del pie al borde de la amputación.
Pero fue durante la secuencia Islandia-Noruega, donde Saint Martin vivió la situación límite: en altamar se le rompió el palo del velero. "Me salvó un pesquero ruso. Querían que abandonara el velero. Les dije que no", cuenta. Saint Martin sólo necesitaba agua, un buen baño y la ayuda de dos marineros rusos para improvisar un nuevo mástil. Siguió hasta Noruega.
En agosto de 1998, finalmente, llegó al pueblo de Longyearbyen, en la isla de Spitsbergen. "La India" había alcanzado 60 grados, 24 segundos de latitud norte, a sólo nueve grados del polo norte.
En el pueblo más boreal del mundo, los chicos de la escuela le dieron unos dibujos para que llevara hasta Ushuaia. 10 años después Saint Martin entregó los dibujos a los chicos de la Escuela N° 1 de Ushuaia, aún conserva el estuche donde tan celosamente llevaba su trofeo
Al regresar a bs as, traia en un panel un trozo de lava de Islandia, un pedazo de teja, que según los arqueólogos, usaron los vascos en Terranova para cazar ballenas en tiempos precolombino y la cola del primer atún pescado.
El Vazco , vecino de Ensenada, escultor en madera hierro y cemento, en pequeñas e inmensas obras guarda toda la poesía de los grandes soñadores, intentó dar la vuelta al mundo sin escalas, sin asistencia y sin comunicación. Perdió su barco. Ahora aquí alentandolo y despidiendolo, porque va a Europa, tras sus sueños , a comprar su segundo velero.
Y como dijo Amir Klinc, peor que no terminar un viaje, es jamás intentarlo.

 Navarro, bs as, Argentina.

Después de visitar la estación de trenes donde homenajearon a nuestro amigo Beto Martino poniéndole su nombre al museo. Desde ahí nos fuimos a la gaia. La ecoaldea sustentable.



Se deja la ruta y por un camino de tierra y polvoriento llegamos aquí.
Viejas y pocas casas abandonadas y escondidas por la maleza. Seguimos un poco más adelante y allí en la antigua empresa láctea se alza la Ecovilla, auto sustentable.

La única musica es la de los pájaros y la brisa. La energía de paneles solares y molinos. Los alimentos de sus huertas y sus casas, de barro directo, como gigantes esculturas asoman en este bosque de frutales, huertas y flores.





Desde el 92 este proyecto venía dando vueltas y en 1996 se logró concretar. Hoy varias casitas están en venta, no hay escuela ni servicios de salud, pero tampoco queda tan alejado de la ciudad.
Aquí aún se trata de salvar o al menos resguardar una pequeña porción del planeta





domingo, 8 de septiembre de 2019

Alberto Martino, Jefe de Estación de Ferrocarril de Navarro.

 

A Beto lo habíamos conocido años anteriores junto a su maravillosa obra. Es un ferroviario de pura cepa, un socio con todas las palabras del ferrocarril, amante de lo que hace y en cada palabra brillan sus ojos, cuando enseña su museo,








narra la historia del reloj francés (que todavía funciona exacto), pica los boletos y hace sonar el telégrafo que tantos años le diera de comer. Tal vez continue mandando secretos mensajes a las locomotoras detenidas en el tiempo herrumbradas y abandonadas en las vías. Esas locomotoras y esos trenes que tan fielmente registra en sus maquetas en escala,

que tiene los asientos, las luces, los camarotes, los cargas generales, sin perder un detalle. Esos cuadros que cada tren quisiera salir y cruzar el puente de Navarro y hacer sonar su silbato para todo el pueblo, todos los pueblos.






Beto, Carlos Alberto Martino, además de ser jefe de la estación de Navarro, además de ser pintor y maquetista, también es músico, integrante de la banda del pueblo y del grupo floclorico “Los Amanecidos”, poeta, escritor, fundador del museo y gran guardian de sus bienes y de la memoria de los ferrocarriles argentinos.
Muchos de sus cuadros que parecen fotografías los ha pintado de memoria, “en esa época no tenía maquinas fotográficas y aun hoy pinta de memoria las estaciones, los almacenes de ramos generales que estaban enfrente, el bar… y hasta las plantas y las macetas de las vecinas.
Escribió y edito en forma artesanal el libro de su entera autoría “Mi mundo de trenes, donde cuenta con detalles y muchísimos jocosos, porque siempre tuvo y conserva el sentido del humor, toda la vida de un gran ferroviario desde el nacimiento.
Hoy lo podemos visitar en la estación de Navarro


dispuesto a contarle y mostrarle a todo o el que quiera escuchar las bellas historias con el mismo brillo en sus ojos de siempre.
Aun conservamos como un tesoro su regalo, un ejemplar de su maravilloso libro que siempre lo desplegamos ante quien quiera conocer y escuchar de su historia.