hoy en Argentina
La Patagonia
Hace tiempo cuando íbamos rumbo al salar más grande del mundo Uyuni, allí en tierras bolivianas, pocos kilómetros antes de llegar llama nuestra atención unas construcciones de aspecto abandonadas. Largos caseríos construidos en hileras. Grandes galpones e infinidad de huecos en la montaña. Sin dudas una mina.
Si una vieja mina abandonada.
Allí nos desviamos. Pulacayo.
Mientras 40mil personas al año visitan Uyuni,
el salar, pasando por la puerta de Pulacayo solo entran 400 al año.
Pulacayo fue en su momento la mina más grande del mundo. Aquí se encuentra la primera locomotora de Bolivia junto a otras maquinarias ferroviarias.
La casa de Aniceto Arce, hoy convertida en museo.
https://www.youtube.com/watch?v=Ls7dMh0Dn_Y
Hoy solo sobreviven de los 25mil trabajadores de la época, nada más que unos 400 pirquineros que artesanalmente siguen exprimiendo lo que queda de la montaña. Oro, cobre, plomo, wolframio.
Aquí esta apostado un regimiento militar custodiando lo que fuera una gran ciudad con casas, panadería, peluquería, hospital, escuela, cine, teatro y hasta diario propio.
Sopla un intenso viento, solo se puede entrar a pie. El viento es cada vez más fuerte, tanto que nos invitan a pasar con nuestra casa camión para resguardarla entre los vagones y ahí es donde nos encontramos con EL MITICO VAGON PAGADOR, con el mismo que asaltaran Butch Cassidy y Sundance Kid. El mismo que cuando los mineros bolivianos se enteraron salieron en persecución dándoles muerte en un enfrentamiento. (de esto se ha hablado bastante, si los mataron, si se suicidaron o si terminaron sus días en el anonimato en su tierra natal), lo cierto que nunca más se escucho hablar de nuevos robos cometidos por ellos.
Butch Cassidy y Sundance Kid nos trasladan en pensamientos a encontrar más apuntes tomados en la patagónico en nuestros viajes, y así es que llegamos a Esquel y de ahí a Cholila, tomando un desvío de la Ruta 71,unos 10 km hay una cabaña de troncos con techo de dos aguas de cuatro habitaciones, construida por el dúo 1901 y 1905 ahí no más del Río Blanco.
Pero hoy aquí mencionaremos otra bandolera que actuó en la Patagonia en la misma década
LA Inglesa, cuantos de ustedes habrán visto el nombre del accidente geográfico, de esa hermosa elevación, CERRO LA INGLESA y no sabían a quien corresponde.
Pues bien aquí la historia.
“La inglesa”, “La Grinil” o “La bandolera
Elena Greenhill Blaker nacida en Inglaterra, en 1875. Llegó a Chile con 15 años de edad junto a sus padres y hermanos, a los 20 años se casó con Manuel de la Cruz Artete, un comerciante de negocios no muy claros a ambos lados de la cordillera, con quien tuvo dos hijos.
Al tiempo su primer esposo, mejor dicho el cadáver de él aparece cerca de la casa bajo unas piedras. Fue la principal sospechosa, pero un hábil abogado Martín Coria, hijo de conocidos estancieros de la zona de Carmen de Patagones y pariente del gobernador de Buenos Aires. encontró que el culpable había sido un peón de la familia del que también se comentaba era amante de “La inglesa”. Asi este abogado Martín Coria se transformó en su segundo esposo y el policía que investigó el caso fue el padrino de la boda.
Para entonces, “La inglesa” ya era famosa en la región por su habilidad y puntería con las armas de fuego. “A las latas de tabaco Caporal, Greenhill les pegaba de cualquier forma, hasta en el aire. Parecía que ni apuntaba siquiera y accionaba el gatillo de una manera muy particular, también comentan que era capaz de acertar un disparo en el alambre del telégrafo Gustaba de vestir como hombre. Junto a su segundo esposo instalaron un almacén de ramos generales en el paraje Monton-Niló, a 10 leguas de Ingeniero Jacobacci de Río Negro
Elena, se aseguró de poner a resguardo a sus hijos como pupilos en un colegio de Buenos Aires.
Y aquí comenzó la leyenda
¿Podría haber hecho otra cosa en este mundo? No había muchos antecedentes de mujeres bandoleras por aquí, uno apenas: Etha Place, de la banda de Butch Cassidy y The Sundance Kid, quienes vivieron en la Patagonia en la misma época pero nunca se cruzaron con Greenhill. En algún punto, esta joven inglesa se distancia de Etha, que dejó su vida de maestra en los EE. UU., y eligió formar parte de una banda que se estableció en Cholila. Elena, no eligió –o eligió a medias– si su objetivo fue el de huir de una casa en donde estaba destinada a reproducir su rol. Elena partió con su marido y desde entonces comenzó a mutar. De su mundo familiar y campestre, fue llevada a un mundo de frontera, de peligros, soledades y absoluta escasez. Un territorio de hombres rudos en el que ella sacó las uñas como debía hacerlo para sobrevivir. Una joven que se las rebuscó como pudo para no perder su romanticismo, su pasión, y su femineidad; aunque se haya convertido en una mujer de armas llevar. Nada fue gratuito para Elena. En su intento se le fue la vida
Cuando en la cercana Telsen presentaron una denuncia contra “La inglesa” por robo de ganado, salió una partida de 15 hombres bajo el mando del comisario Calegaris a fin de detenerla. El comisario local, de apellido Altamirano, junto a un ayudante, también se encaminaron hasta el almacén de “La inglesa” para participar de la resonante captura. Es que Altamirano se había quedado con ganas cuando descubrió que el misterioso forastero al que le tintineaban espuelas de plata chilena al caminar, era en realidad una mujer de largos cabellos rubios que vestía de hombre y solía acompañarse de un respetable Winchester. En aquellos tiempos y lugares, eso era como una cachetada para los machos de la Patagonia.
Dicen que el comisario la siguió hasta la pulpería y ordenó en voz alta que le proveyeran urgente de una falda “a la dama”. El silencio que siguió a la orden no presagiaba nada bueno. Sin embargo, Elena no le prestó atención y siguió con lo suyo. Aunque lo guardó en su memoria.
El día que iban a detenerla estaba con Carmen, una vecina, su marido y los demás hombres del grupo. Justo habían llegado unos “turcos” mercachifles y estaban eligiendo mercaderías , A los vendedores trashumantes se les conoció como “mercachifles” debido a su costumbre de anunciarse a las poblaciones o estancias donde llegaban haciendo sonar una especie de silbato o chifle. “Eran libaneses apenas llegados al país, que salían desde Neuquén y General Roca, en grupos de dos y tres, acompañados por algunos peones y baquianos, con caballos o mulas cargados de ropa, telas y otros artículos”
A mediados de 1909 la acusaron, junto con su marido, de haber arreado y vendido 3 mil ovejas que no les pertenecían. Una partida policial de 17 hombres al mando de un comisario de apellido Altamirano se presentó en la casa de Montón-Niló para exigirles las guías de arreo de esos animales.
Hay varias versiones de lo que ocurrió después; algunas incluyen a Coria y otras no, pero en todas ellas la protagonista es la Inglesa.
La más conocida asegura que cuando los policías quisieron rodear el rancho fueron recibidos a balazos y se refugiaron en una hondonada. Después de un nutrido intercambio de tiros, en una de las ventanas de la casa-almacén flameó una bandera blanca e inmediatamente se abrió la puerta y salió a parlamentar un peón. El comisario Altamirano y su ayudante caminaron a su encuentro. Resultó que el peón era sordomudo, de modo que entenderse con él era difícil para los policías. Cuando estaban en eso, de atrás del rancho salió al galope una tropilla de caballos desbocados. Los policías se distrajeron unos instantes, los suficientes para encontrarse rodeados por Elena, Coria y sus peones, todos ellos armados y apuntándoles, Dicen que un disparo del wínchester de la inglesa logró hacerle saltar el arma de la mano a uno de los policías"
El resto de los agentes huyó por estar “flojos” de municiones, según alegaron.
Elena hizo desnudar a los policías. Dicen que el sordomudo bailaba vestido con el uniforme del comisario mientras Altamirano y su ayudante eran obligados a lavar la vajilla vestidos apenas con calzoncillos. Además les hicieron firmar las guías de arreo que certificaban que el ganado de “La inglesa” era legal (el mismo por la que la iban a detener). Después de varios días de humillaciones los dejaron en libertad. El relato del hecho corrió por todo el territorio. Para evitar la venganza, Elena y Coria liquidaron todo y se fueron a Buenos Aires, donde ya estaban los dos hijos de Greenhill estudiando en un colegio privado. Allí Coria enfermó y murió en 1904.
En Buenos Aires, Elena formó su tercera pareja, con el entrerriano Martín Taborda. Se conocían del sur, donde el hombre había acompañado más de una vez a Coria y la Grinil en sus arreos ilegales.
Decidieron volver a la Patagonia y se radicaron en Chubut, donde Elena retomó la compraventa y el arreo de ganado, tanto propio como ajeno. Antes de partir, la Inglesa puso en orden sus papeles y dejó testamento a favor de sus hijos.
El paso del tiempo no había aplacado los deseos de venganza de la policía de Chubut por la humillación sufrida por el comisario Altamirano. Cuando tuvieron el dato de que la Grinil y Taborda pasarían con un arreo por Paso Chacay, camino a Gan Gan, una partida de quince hombres al mando del comisario Félix Valenciano montó la emboscada.
Elena y Taborda respondieron a balazos, pero eran demasiados hombres contra ellos dos solos. El entrerriano, cubierto por Elena con sus últimas balas, alcanzó a huir, pero fue atrapado al día siguiente.
Luego de casi una hora de tiroteo “La inglesa”, herida y desangrándose, continuaba disparando parapetada detrás de su caballo muerto. Dicen que se quedó sin balas. Únicamente así podían vencer a la “La inglesa”, fue ejecutada por Valenciano de un disparo en la nuca. Brava mujer que quedó cara al suelo como besando aquella tierra
en el cementerio de Gan Gan descansaron sus restos hasta el año 1949,
año en que una hermana que trabajaba en la Embajada Británica, los hizo exhumar y sus restos descansan hoy en el Cementerio Británico de Buenos Aires.
Su ejecutor, el comisario Félix Valenciano, participaría de la represión de la Semana Trágica, y una vez terminada ésta seguiría por cuenta propia -junto con otro comisario, Gustavo Sotuyo - la cacería de obreros.
Fue acusado de las muertes de León Dehesa, Mateo Albarracín y Antonio Crocha, a quienes además robó sus pertenencias.
Detenido y sometido a juicio, se defendió: “Yo cumplí órdenes del presidente Hipólito Irigoyen y las autoridades de entonces en Santa Cruz”. Fue sobreseído.
En la Biblia familiar donde los Greenhill anotaban nacimientos y muertes – hoy en manos de Kevin Meier Greenhill-, la inscripción de la muerte de Elena se reduce a tres palabras: “Murió en Argentina”.
El pequeño cerro volcánico que se eleva cerca del lugar de la emboscada lleva hoy por nombre Cerro La Inglesa, a modo silente homenaje a una mujer que hizo historia en un territorio y tiempo de hombres.
En la Patagonia, muchos lugareños aseguran que su fantasma sigue dando vueltas y que -gracias a la leyenda- Elena nunca murió.
En definitiva una mujer que se atrevió a vivir de otra manera
Consultamos y agradecemos a :
- “La bandolera inglesa en la Patagonia” de Francisco N. Juárez.
- “Mujeres en tierra de hombres. Las primeras colonizadoras de la Patagonia” de
Virginia Haurie.
- “La bandolera inglesa” de Elías Chucair.
- Diario de Río Negro.